lunes, 3 de noviembre de 2008

Il ritorno, pero no para mí!

Ok, de entrada le cuento que el tema de referirme a il ritorno en este blog levantó polémica entre mi familia, puesto que les parecía que no debía yo juzgar un restaurante con sólo haberlo visitado una vez. En mi defensa dije que los críticos que destrozan restaurantes en los periódicos no les dan segundas oportunidades a los lugares que visitan. En todo caso, y para dejarlo claro, no soy el tipo de persona que teme que un chef se sienta agredido o resentido por una crítica en blog!, no es la nación, ah?. En fin, que contra los consejos de mi familia voy a contar mi experiencia en il ritorno, y la razón por la que no seré yo quien regrese.
En una noche de viernes cualquiera se me despertó el gusanillo de la comida rica y el restaurante bonito, y recordé que varias personas me habían mencionado este lugar, hablando maravillas de su chef y refiriéndose al lugar como lindo, elegante, etc, etc. Convencí entonces a mi esposo y nos fuimos para il ritorno a cenar. De entrada, el lugar no me pareció tan bonito como esperaba, creo que cuando la gente dice bonito muchas veces está simplemente sobreestimando las velas en la mesa y las servilletas de tela, pero bueno, eso me queda de experiencia; además tuvimos que esperar fuera del restaurante como una hora por una mesa, y aunque fue nuestro error no reservar, ciertamente nadie nos ofreció un aperitivo en la barra mientras esperábamos (Vamos, qué pasa con el servicio al cliente??).
Finalmente logramos una mesa, cuando ya yo estaba dispuesta a dejar el veganismo de lado y arrancarle un brazo a mi esposo para comer algo. Nos atendieron relativamente bien, y digo relativamente porque a pesar de que el mesero probablemente tuvo una buena mamá que le enseñó a ser educado, no tuvo nadie que le aguzara el sentido común y la buena memoria.
En fin, que vamos a la comida!. Ale se pidió una pasta al pesto, luego de preguntarle al mesero que si de seguro no tenía crema ni parmesano, y bueno, nos dijo que no. Yo me decidí luego de un rato por una pasta que me parece recordar se llamaba primavera, supuestamente salteada en aceite de oliva y verduritas y punto. Antes de pedirla, eso sí, le expliqué al mesero que no consumíamos lácteos, y que le agradecería que no pusiera mantequilla, ni crema ni queso en nuestros platos.
Qué decir, voy a hablarle primero del pesto. Alguna vez, probablemente en su niñez, masticó usted una hoja de las matas de su casa? O se metió a la boca un puñado de pasto? Bueno, hágase una idea con eso de cómo andaba el pesto. El gusto era fortísimo, se perdía totalmente el sabor de la pasta y los piñones, todo era como estar comiendo las hojas de albahaca directo de la maceta. Y bueno, en cuanto a mi pasta que esperaba yo con vehemencia la historia no es muy diferente. Se veía hermosa, las verduras fresquitas y coloridas, no recocinadas, los colores del plato bonitos, así que no lo pensé dos veces y empecé a comerla con gusto. Eso sí, en mitad del primer bocado algo me hizo eco en el cerebro, un sabor que no lograba identificar del todo pero que desde el fondo me gritaba “escupa, mae, escupa”. Decidí darle un par de bocados más a ver si se me encendía el foco hasta que por fin, era el sabor dulcete y asqueroso de un lácteo, mantequilla para ser exactos, algún cerebro retorcido le había puesto mantequilla a mis pobres verduras. No hace falta que le cuente que no pude comer más, mi apetito estaba torturado y muerto, igual que el ternerito que prescindió de esa leche.
No hay que explicar mucho más, por lo menos en esta vida, io non ritorneró!

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